lunes, 18 de septiembre de 2023

La educación argentina duele*

 “Nos sentimos frustrados y angustiados, porque nuestros estudiantes no aprenden. Y más aún porque eso no parece preocuparle a nadie: ni directivos, ni familia, ni comunidad: solo quieren que parezca”.


Por Claudia Forastieri
Profesora en Filosofía                                                            *artículo publicado en el Diario La Mañana de 25 de Mayo (BA)

Es sabido y un secreto a gritos en los pasillos de las escuelas bonaerenses, que la educación primaria y secundaria ha empeorado en los últimos 10 años en nuestra provincia, aunque no creo que el panorama nacional sea distinto. 

En este caso, me referiré especialmente a la educación secundaria, que es la que conozco luego de más de 20 años de transitar sus aulas.

Para analizar, voy a tomar del autor inglés, David Hopkins, los cuatro pilares infalibles que define para construir una escuela sólida: 

a. El aprendizaje personalizado, para que los estudiantes se sientan motivados y desafiados

b. La profesionalización de la enseñanza, de manera que cada profesor cuente con herramientas y prácticas  de excelencia que marquen la diferencia y lo hagan sentir orgulloso

c. la responsabilidad de cada escuela por el propio crecimiento

d. La construcción de redes entre escuelas, para que las de mejor rendimiento compartan experiencias con las más desventajadas.

En este artículo desarrollaré los dos primeros pilares propuestos. 

¿Cómo hablar del aprendizaje personalizado cuando tenemos aulas de más de 25 estudiantes? Y a eso le añadimos en los últimos años la incorporación abrupta, sin contención ni apoyo, de los estudiantes con capacidades diferentes. 

La idea de la inclusión me entusiasma, pero su implementación deja mucho que desear. Para explicar este punto, tengo que decir que los profesores de la escuela secundaria no contamos con herramientas para afrontar el desafío de tener un niño de inclusión sentado en nuestras clases, y tampoco nos han dado la posibilidad de capacitarnos para ello. 

Esto empeora cuando, siendo las prescripciones de una educación personalizada para los dos, tres o cuatro casos de estudiantes incluidos, el curso tiene más de 30 estudiantes en total. 

Otras de las condiciones del contexto que influyen en la motivación de los estudiantes es algo que hemos naturalizado, pero que está lejos de ser natural y es puramente normado: la entrada a clase en el turno de la mañana (7:30 horas) para la población adolescente en un contrasentido con todas las teorías que indican que es el peor horario para aprender, ya que a esa hora necesitan dormir para garantizar un crecimiento y desarrollo sano. 

Muchas críticas y ejemplos contrarios pueden oponerse a esta última afirmación, pero lo cierto es que aquí esto se realiza así, no por costumbre, sino por el hecho de que muchos edificios educativos albergan a 3 o cuatro instituciones en su seno, y si no se comienza temprano por la mañana, cada nivel o institución no dispondría de su turno para realizar la jornada escolar. 

O sea que, es un problema edilicio por el cual, no es posible que la jornada para la escuela media sea de 9:30 a 14, por ejemplo; este punto es responsabilidad del Estado, ya que, teniendo la educación a su cargo, no destina los fondos suficientes para que esto suceda.

Pensando en la profesionalización de la enseñanza, sabemos que la educación inicial de los profesores, que se realiza en 4 años, no es suficiente para lo que requiere la práctica real en campo, mucho menos si pensamos en los cambios socio-culturales vertiginosos de los últimos 20 años. 

No es igual el adolescente que teníamos en el aula a inicios del siglo XXI, (los que hoy tienen 40 años) a los estudiantes que tenemos hoy, ¡con “móvil” y todo! Porque uno ya no tiene simplemente adolescentes en clase con todos sus anhelos, problemática y su frescura natural, ¡no!

Además, por cada adolescente tenemos una conexión hacia …. ¡quién vaya a saber! Redes sociales, Tik-tok, estudiantes de otro curso y otras escuelas, la familia, el novio y ¡la mar en coche! 

Sí, damos clase mientras todo eso sucede. Y no sería grave si no fuera porque esa conexión los abstrae de una forma tan particular, que uno podría suponer que han abandonado (sus cuerpos y solo estamos frente a zombis en) el recinto. ¡Por supuesto que exagero un poco! Pero es para ilustrar la idea. 

En fin, como les decía, puedo asegurar que, en muchos casos, con todo este “zoológico” dentro del aula, lograr la concentración de los chicos en muy difícil, sumado a que no hemos podido especializarnos en los últimos años, ya que hay muy pocas capacitaciones del Estado que contemplen la posibilidad de una capacitación en servicio, de calidad y para todas las áreas del conocimiento en todo el territorio de la provincia. 

Últimamente, el Estado ‘cree’ solucionarlo con los cursos virtuales, que se llevan otro ítem de mi explicación. ¿Qué problemática presentan los cursos virtuales, si “todos” pueden acceder”? Ninguno de esos cursos está planteado seriamente en la categoría ‘en servicio’. Porque bajo la categoría ‘asincrónico’ se deslindan de la responsabilidad del tiempo real que necesita un docente para poder hacerlo. 

No vamos a negar que la mayoría de los profesores que tiene oportunidad laboral, trabaja en dos turnos para poder subsistir porque el sueldo no es abultado y vivimos corriendo contra la inflación. Eso significa un promedio entre 6 y 8 horas diarias de trabajo. 

Si además estamos conscientes que el trabajo de los profes no termina frente al curso, sino que necesitamos horas extraescolares para corrección y planificación, pregunto: ¿en qué momento vamos a hacer la “maldita capacitación virtual asincrónica”? Porque les cuento un secreto: los ‘profes’ además, tenemos ‘vida’ fuera de las aulas… 

Así que, lo de sentirnos orgullosos de nosotros mismos, está a veces muy lejos de la realidad, ya que, más que orgullosos, nos sentimos frustrados y angustiados, porque nuestros estudiantes no aprenden. Y más aún porque eso no parece preocuparle a nadie: ni directivos, ni familia, ni comunidad: solo quieren que parezca. 

Así es que en estos últimos años nos han pedido que los protejamos de la desilusión de no aprobar cuando no estudian, calificándolos con siglas confusas que dicen, diluidamente, que “están casi aprendiendo” y presionándonos en los cierres de cuatrimestre para que todos aprueben, o atorándonos con nuevas planillas que nadie lee, pero que nos llevan mucho tiempo completar, para que “todo quede en los papeles”. 

En fin, parece ser que la documentación es para el futuro, para que cuando ya se pierda la memoria de estos tiempos, alguien diga: ¡qué bien que les iba en la escuela!

* Agradezco enormemente al Diario La Mañana por publicar este artículo en su edición del 8 de sep.2023