* Nota publicada en el diario La Mañana – febrero 2024
Por
Claudia Forastieri
En este nuevo inicio
del ciclo lectivo cabe preguntarnos: ¿Estamos educando para el futuro o solo
reproducimos la sociedad actual? Y la más importante, a mi juicio: ¿educamos
para que sean seres libres o para que se adapten mejor al sistema? ¿libres o esclavos sumisos?
El comienzo
del ciclo lectivo siempre genera un movimiento social importante: estudiantes,
padres, profesores, maestros, libreros, editoriales… todos tienen útiles,
“herramientas” que preparar: mochilas, cartucheras, lápices, guardapolvos,
libros y uniformes. Por lo tanto, no es solo un movimiento educativo: los
comercios y la industria del rubro producen y venden, amén de que también hay
que preparar las materias, estudiar y hacer planificaciones más o menos
reales. Pero la Escuela como institución
no es el único lugar donde se aprende ni el primero que educa.
Una
pensadora de nuestro tiempo y de nuestra tierra, Silvina Gvirtz[i]
(2011) afirma que la educación es un fenómeno social. Educamos a los niños
desde que nacen, el ámbito familiar es donde se enseña y donde se producen los
primeros aprendizajes, desde aprender a decir palabras, caminar, sentarse a la
mesa, lavarse las manos, jugar en equipo… Se enseña, y se aprende, aunque no
tengamos el expreso propósito. Y luego, la ciudad también es educativa, como lo
mencionaba hace dos semanas en este semanario, refiriéndome exclusivamente a la
ciudad de 25 de Mayo: nos enseña de donde venimos, quienes son nuestros
ancestros, nuestros “próceres”, (las plazas, los monumentos, el nombre de las
instituciones, la disposición geográfica de todo ello).
Esa pregunta tiene más de una respuesta. Una de ellas hace alusión a la responsabilidad ineludible del Estado de cuidar de sus ciudadanos, de su bienestar, y eso incluye, por supuesto, educarlos para que el futuro resulte más amable, más próspero. Otra de las respuestas tiene que ver con el origen mismo del Estado, cuando en la Europa de los siglos XVI y XVII nace la idea de una nueva forma de conformar sociedades en torno a una organización política y territorial, donde el poder estuviera centralizado (el Estado moderno). Esto conllevaba la educación del pueblo, para hacer posible la cohesión social, la consolidación del orden, un mayor nivel de productividad, de obediencia, y el cumplimiento de los objetivos impuestos por la clase gobernante.
Pero
podríamos seguir preguntándonos: si no es el Estado, ¿quién se ocuparía de la
educación de los jóvenes? ¿Qué les enseñaríamos? ¿qué es prioritario enseñar
para preparar a las nuevas generaciones para los desafíos venideros? ¿estamos
educando para el futuro o solo reproducimos la sociedad actual? Y una de las
más importantes a mi juicio: ¿educamos para que sean seres libres o para que se
adapten mejor al sistema? ¿libres o
esclavos sumisos?
En el siglo
XIX, en nuestro país, un grupo político llamado “los anarquistas” pensó la
educación fuera de la órbita del Estado, por considerar que éste todo lo que
haría sería “formar” súbitos, esclavos sumisos al poder. Como alternativa a la
educación del Estado, proponían las llamadas Escuelas Comunitarias. En estas
escuelas, (que funcionaron antes de la ley 1420) era la comunidad la que
decidía qué debía enseñarse, qué era necesario que los jóvenes aprendieran para
llegar a ser ciudadanos responsables en el ejercicio de sus derechos y
obligaciones, o sea, “personas de bien”.
Por eso en este
nuevo inicio (ya transcurriendo la tercera década del siglo XXI), los
interrogantes acerca de la educación se mezclan con el tipo de país que
queremos ser, o en el que queremos convertirnos. Por eso es tan importante,
porque hay mucho en juego, porque es una nueva oportunidad para pensarnos, para
ver hacia dónde vamos y hacia dónde queremos ir.
La Escuela
como tal, provee una formación para el mundo, pensada desde el Estado y con
ciertos valores (los democráticos, por ejemplo) que quizás chocan abruptamente
con los del Mercado y del mundo neoliberal capitalista. La educación “forma”
(da forma) o “deforma”, con todo lo
que ello implica. Si formar es dar forma, deformar es sacársela o invertirla.
Como decíamos al principio, los niños y jóvenes llegan a la escuela sabiendo un
montón de cosas, ajenas a los intereses de la institución, pero con
conocimiento, por ejemplo, el que le dieron los medios de comunicación.
Quizás esta
semana sea una semana clave para pensar la educación en nuestro país.
Quizás
tengamos que preguntarnos nuevamente que ciudadano queremos formar.
Quizás
tengamos que revisar si lo que enseñamos son buenas herramientas para el futuro
cercano. Si todo el conocimiento está al alcance de la mano, quizás debamos
enseñar los criterios para que puedan discernir posturas ideológicas,
políticas, de mercado.
Quizás
estaría muy bueno pensarlo.
[i] Silvina Gvirtz es doctora en
educación, publicó numerosos libros entre los que se encuentra “La educación
ayer, hoy y mañana” ed.Aique